La Doctrina Apostolica

Dios:
Nosotros, como los creyentes del Antiguo Testamento, y los creyentes de la iglesia primitiva en el Nuevo Testamento, creemos que Dios es absolutamente uno, solo, único e indivisible. Creemos que nadie es como Dios y que solo hay un Dios (Deuteronomio 6:4, Gálatas 3:20), no compuesto o pluralizado. Creemos que el único Dios de las Sagradas Escrituras completas (Antiguo y Nuevo Testamentos) es Espíritu, y es eterno, perfecto, infinito, omnisciente, omnipresente, omnipotente, inefable, incomprensible, sabio, santo, es el creador de todas las cosas, y es el único digno de ser adorado y de recibir culto por parte del hombre. Cualquier adoración que no sea dirigida a Dios es considerada por las Escrituras y también por nosotros, idolatría.Nosotros utilizamos el término Unicidad de Dios, que es sinónimo de monoteísmo puro, para marcar la diferencia con todos aquellos que aún confesando que Dios es uno, todavía creen que Dios está "compuesto" de dos personas (binitarismo), o de tres personas divinas y distintas (trinitarismo). Nosotros no concebimos ni creeremos jamás que Dios es una pluralidad de personas. El uso del término Unicidad de Dios, también evita que nos confundan con el unitarismo o unitarianismo, que confiesa la creencia en un Dios, pero niega el nacimiento virginal de Jesús y que Jesús sea Dios.Creemos que el único Dios fue manifestado en carne, como el Hijo prometido por las Escrituras, manifestado como un hombre (1. Timoteo 3:16), siendo en todo semejante a nosotros (pero sin pecado) a fin de redimirnos del pecado y de la muerte (Hebreos 2:14-15). Por eso afirmamos que Jesús es el Dios único, Emanuel, Dios con nosotros (Mateo 1:23), es decir, el Dios único viniendo y salvando, Dios mismo puesto a favor de la humanidad (Mateo 1:21). El Dios único, se manifestó simultáneamente como Padre y como Hijo, pues Jesús enseñó: "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30), y por eso el que confiesa al Hijo tiene también al Padre (1. Juan 2:23). Así, Jesús era ambos, Dios y hombre, Padre e Hijo, pues el Dios único fue manifestado en carne. Era Dios por naturaleza absoluta, y llegó a ser hombre porque tomó un velo de carne, y su humanidad (como la de todos los hombres) nació de mujer (Gálatas 4:4), sin que necesariamente tengamos que añadirle a las Escrituras y a Dios, términos y definiciones que jamás las Escrituras han registrado, como esa de "Dios, engendrado", "Dios, nació en Belén", "Dios, murió en la cruz", etc.El Señor Jesús, sin ninguna equivocación o contradicción Bíblica, es el mismo Dios de la eternidad y del Antiguo Testamento, con nosotros. En cuanto a su divinidad, Jesús es ese único Dios y Padre eterno, pero en cuanto a su humanidad, Jesús es el Hijo de Dios o el ser humano que nació por la voluntad del Padre, según el propósito eterno que se había propuesto consigo mismo, en el consejo de su propia voluntad, antes de la fundación del mundo (Efesios 1. 9-19). El término Hijo de Dios siempre está relacionado con la humanidad de Jesús, es decir como Dios manifestado en carne. Jesús es a la vez ambos, el Padre y el Hijo, tal como lo enseña el misterio de la piedad (1. Timoteo 3. 16) en lo que respecta al Padre y al Hijo en el plan de Dios.En cuanto a su divinidad Jesús es el buen pastor (Juan 10:11), pero por causa de su obra salvadora, él es la puerta de las ovejas (Juan 10:7). Pastor y oveja a la vez. En cuanto a su divinidad Jesús es la raíz de David (Apocalipsis 5:5), pero al mismo tiempo, en cuanto a su humanidad es el linaje de David (Apocalipsis 22:16). Raíz y linaje simultáneamente. Reconocer que Jesús es a la vez el Padre y el Hijo, Dios y hombre, Espíritu Santo y humano, no es ninguna contradicción sino el entendimiento fiel del misterio de la piedad (1. Timoteo 3:16) o de la voluntad de Dios (Efesios 1:9-11), reconociendo que el sólo y único Dios fue manifestado en carne, y no una tal "segunda persona divina y distinta" que las Escrituras no mencionan por ninguna parte.Además de las funciones bíblicas de Padre y de Hijo, Jesús asumió también varios oficios opuestos y complementarios simultáneamente. Por ejemplo:Él es el cordero sin mancha ofrecido como sacrificio por nuestros pecados (1. Pedro 1:19), pero a la vez es el sacerdote que ofrece el sacrificio (Hebreos 4:14). Cordero y sacerdote a la misma vez.Jesús es descrito como el primero y el último (Apocalipsis 1:17). Principio y fin a la misma vez.Y también es descrito como el cordero (Juan 1:29) y el león (Apocalipsis 5:5) de la tribu de Judá que reinará con poder. Cordero y león al mismo tiempo.Ninguno de estos ejemplos es contradictorio, sino que demuestran que Jesús, el Dios único hizo todo sólo, para proveer salvación al hombre. Isaías 9:6 dice que Jesús es un niño que es nacido, pero que también es el Dios fuerte. Ese solo texto del profeta Isaías llama a Jesús, hijo; pero también Padre Eterno. No son términos contradictorios sino complementarios, revelando el propósito de Dios de manifestarse en carne.

La Biblia:
Creemos que la Biblia es la única palabra revelada de Dios que posee el hombre. Por consiguiente, toda la doctrina, la fe, la esperanza, y todas las instrucciones para la iglesia deben estar basadas y deben armonizarse con la Biblia. La Biblia es la Palabra de Dios, por tanto es inefable y no contiene errores en cuanto a su inspiración plenaria.. La Biblia es la Palabra profética (2. Pedro 1:19) y toda la Escritura es inspirada por Dios (2. Timoteo 3:16). No existe ningún otro libro que tenga la misma autoridad que la Biblia, ni lo habrá tampoco en el futuro.

Plan de Salvación:
Predicamos el plan de salvación neotestamentario, basados en Hechos 2:38. Es decir arrepentimiento, bautismo en agua en el nombre de Jesús, y la llenura del Espíritu Santo con la evidencia de hablar en nuevas lenguas. La llenura del Espíritu Santo, junto con el verdadero arrepentimiento y el bautismo en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, es lo que le permite al hombre vivir una verdadera vida de transformación personal, espiritual y santidad.Tras la primera predicación de la iglesia apostólica, algunos de los oyentes se conmovieron de corazón y preguntaron a los apóstoles que era lo que tenían que hacer para ser salvos. Entonces "Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hechos 2:38).La declaración del apóstol Pedro, reflejaba las palabras dichas por el Señor Jesucristo, acerca del plan de salvación que Dios tenía en mente para el periodo de la gracia (o de la Iglesia). "Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3:5).Para que una persona nazca de nuevo, debe cumplir el plan bíblico de salvación, comenzando por sentir dolor (angustia general, mental y espiritual) por su pecado a través del arrepentimiento (Proverbios 28:13, Hechos 22:16, 2. Corintios 7:10); luego proceder a ser sepultado juntamente con Cristo por el bautismo en el nombre de Jesús (Romanos 6:4-6); y resucitar a una nueva vida recibiendo el regalo del Espíritu Santo (Hechos 2. 38; Hechos 10. 44-46) con la evidencia de hablar en otras lenguas, como el Espíritu de Dios le dé que hable en ese momento de recibirlo, según la experiencia y ejemplo de los creyentes primitivos (Hechos 2:3-4).Estas tres cosas que hemos mencionado, el arrepentimiento de los pecados, el bautismo en agua invocando el nombre de Jesucristo, y el recibimiento del Espíritu Santo, fue lo que tanto judíos como gentiles creyeron y obedecieron originalmente en el libro de los Hechos, al obedecer la salvación, y por consiguiente para recibir la vida eterna.

Arrepentimiento:
El arrepentimiento es esencial para la salvación (Lucas 13:5). El arrepentimiento consiste en apartarse del pecado y volverse hacia Dios. El arrepentimiento, no se puede sustituir por la práctica moderna de "creer" en Cristo solamente, sin dejar verdaderamente el pecado y dar el fruto digno de una persona sinceramente arrepentida (Mateo 3:8, Lucas 3:8).El verdadero arrepentimiento requiere que el hombre reconozca que es un pecador, haciendo una confesión de sus pecados a Dios, creyendo que Dios le puede perdonar y limpiar de todos ellos (1 Juan 1:9). El arrepentimiento está acompañado por un dolor piadoso, que es el motivador del verdadero arrepentimiento (2. Corintios 2:10). El arrepentimiento también es un requisito previo para recibir el Espíritu Santo (Juan 14:17; Hechos 2:38).

Bautismo en el Nombre de Jesús:
El bautismo también es esencial para la salvación y no se puede separar del arrepentimiento. La Biblia afirma la necesidad del bautismo como es mostrado en Mateo 28:19, Marcos 16:16, Lucas 24:47, Hechos 2:38, 1. Pedro 3:21, etc. El modo de bautismo es por inmersión completa en el agua, invocando el nombre de Jesucristo. La salvación no se puede recibir sin el bautismo, específicamente sin la invocación del nombre de Jesús, pues esto fue lo que hizo la iglesia primitiva (Hechos 2:38, Hechos 8:16, Hechos 10:48, Hechos 19:5, Hechos 22. 16, Santiago 2.7). No existe en ninguna parte del libro de los Hechos y de las Epístolas, una declaración en la que se exhorte al creyente que no necesita bautizarse. Tampoco dice en ninguna parte que el bautismo no está relacionado con la experiencia de la salvación; por el contrario, se le encomienda a todos los creyentes, que deben bautizarse en agua en el nombre de Jesús, como obediencia a la gran comisión dada por el mismo señor Jesucristo después de su resurrección. Cuando se citan casos como el del bautismo de Juan el bautista, para pretender negar la eficacia del bautismo en el nombre de Jesús, es no saber trazar bien la palabra de Dios (2. Timoteo 2:15). El bautismo de Juan fue un bautismo practicado en los últimos años del tiempo de la Ley (o antes del calvario), bautismo de arrepentimiento para cumplir toda justicia y preparar el camino y ministerio del Señor Jesucristo como el Mesías y Redentor prometido en el Antiguo Testamento. De otro lado, el bautismo en el nombre de Jesús es el bautismo para el tiempo de la gracia o de la Iglesia, el bautismo del pueblo del nombre (Hechos 15:14).Citar que el ladrón crucificado (pero arrepentido) no necesitó del bautismo en agua para recibir la promesa de Jesús de que lo llevaría al Paraíso, es desconocer no solo el orden dispensacional de las Escrituras y propósito de Dios en el cumplimiento de su plan en el tiempo del hombre, sino también ignorar la imposibilidad de este reo a muerte de ser descolgado y ser llevado al Jordán para recibir el bautismo de Juan, bautismo que no invocaba ningún nombre divino. También es no darle importancia a la afirmación y veracidad de las palabras del Señor Jesús, cuando le aseguraba al ladrón arrepentido que seria salvo, sin necesidad de ser bautizado, en ese caso tan estrictamente particular. El caso exclusivo del ladrón de la cruz, tampoco fue una "orden" de que "ningún creyente" debe bautizarse o que Jesús estaba "estableciendo" que el bautismo era algo "opcional" que si se quiere se toma o se deja. Pensar y hacer eso sin obedecer el verdadero bautismo, sería una contradicción de las mismas palabras y ordenanzas del Señor Jesucristo en la gran comisión, las cuales incluyen el bautismo en agua en su Nombre, para remisión (o perdón) de los pecados (Mateo 28:19).

Bautismo del Espíritu Santo:
El recibir a Cristo y permanecer en él y él en nosotros, es resultado de recibir el Espíritu Santo por primera vez, dentro de la experiencia de la salvación (Hechos 2. 38, Juan 1.12, 1. Juan 3. 24, 1. Juan 4.13). Si alguien, luego de haber recibido la experiencia de salvación, no demuestra el Espíritu de Cristo en sus palabras y en sus acciones (testimonio personal), en su vida cristiana diaria "...el tal no es de él..." (Romanos 8. 9). El bautismo del Espíritu Santo es parte del plan y experiencia de la salvación. El Espíritu Santo puede recibirse antes o después de ser bautizado en agua en el nombre de Jesucristo, pero nunca se recibirá el bautismo del Espíritu Santo si primero uno no se ha arrepentido. La evidencia inicial al recibir el Espíritu Santo siempre será hablar en lenguas (es decir, hablando en idiomas que uno nunca ha aprendido anteriormente), o lenguas por el Espíritu o poder de Dios. Esa es la evidencia inmediata, exterior, notable, y audible de ser bautizado con el Espíritu Santo. El don (o regalo) del Espíritu Santo es una promesa para todos los que crean en el evangelio, sin tener en cuenta raza, cultura o idioma (Hechos 2:4, 2:17, 2:38-39, 10:46, 19:6, 1. Corintios 12:13). La lengua se convierte en el vehículo de expresión del Espíritu Santo (Santiago 3), y Dios toma el mando de la vida completa del creyente. El fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), no debe confundirse con la señal inicial de recibir el Espíritu Santo, pues el fruto del Espíritu es la señal permanente del Espíritu Santo. El fruto del Espíritu toma tiempo para desarrollarse o cultivarse, por consiguiente no calificaría como una señal inmediata, exterior e identificable de recibir el Espíritu Santo. En el libro de los Hechos, las lenguas son diferentes en funcionamiento y propósito a las lenguas de 1. Corintios 12-14. Ambas citas no mencionan la misma experiencia y práctica. En los Hechos de los Apóstoles, las lenguas sirven como la señal firme de recibir el Espíritu Santo; mientras que en 1. Corintios 12-14 el apóstol Pablo está haciendo una exposición del don de lenguas que era administrado por algunos creyentes que ya habían recibido el Espíritu Santo con la evidencia de hablar en nuevas lenguas. Pablo alentó a los creyentes a abundar en el hablar en lenguas, y en el capítulo 14 de 1. Corintios dedica un espacio considerable a la forma de regular dicho don en el culto público.

Santidad:
La salvación se obtiene por gracia a través de la fe en Jesucristo, y no por las obras (Tito 3:5), pero la fe sin obras está muerta (Santiago 2:24-26). Definitivamente ningún ser humano en esta tierra, podrá "ganar" su salvación por tratar de "vivir" el evangelio, sin obedecer primero la salvación que está ordenada para todos los hombres, debajo del cielo. La santidad es y debe ser resultado de la obediencia inicial a la salvación y no producto de practicar "normas" de estilos de vida, como el vestirse, peinarse, alimentarse, etc. La santidad que vive el creyente se debe reflejar interior y exteriormente, pues todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, debe ser guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1. Tesalonicenses 5:23). La verdadera doctrina, así como la santidad, caracterizan al verdadero pueblo de Dios: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” (1 Timoteo 4:16). Dios nos ha mandado a abstenernos de toda especia de mal (1. Tesalonicenses 5:22). También la Biblia nos insta a acatar los mandamientos de Dios (1. Juan 2:4). Es aquí precisamente que todo aquel que haya obedecido la salvación que anuncia el evangelio de la la gracia y la bondad de Cristo podrá definitivamente amar y obedecer los mandamientos originales de la ley de Dios, que estuvieron basados antiguamente en la ley de Moisés, bajo la ley de la "espada del juicio divino" de que el que no los hiciera ciertamente moriría; mandamientos que ahora obedecemos bajo la ley de Cristo, la ley del amor y del cumplimiento, los cuales por la obra redentora y reconciliadora del Señor Jesús en el calvario, fueron elevados a un nivel en que la justicia divina los ve y considera a través de la obra expiatoria de Cristo, y por lo tanto toda obediencia a ellos, es resultado primero de la obra que hizo el Señor. Cuando nosotros obedecemos sus mandamientos, alcanzamos la garantía de los beneficios de la redención alcanzada por Cristo, por eso la salvación nunca ha sido lograda por ningún mérito personal de los creyentes, pues todo el mérito pertenece a Cristo. La santidad del creyente está unida al acontecimiento maravilloso de la promesa del Señor Jesús, de que un día vendrá por su iglesia."Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual, nadie verá al Señor..." (Santiago 12. 14).

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